Programa N° 341 – Experiencias infantiles del abusador

Sep 14, 2022

Programa emitido el miércoles el 14 de septiembre del 2022.

Del libro «Abuso Verbal – La Violencia Negada» de Patricia Evans

CAPITULO XIV
MIRAR HACIA ATRÁS

Las siguientes son declaraciones que hicieron algunas ex parejas de abusadores verbales.

«Antes pensaba: ¿Si me ama, como puede ser hostil? Ahora pienso: ¿Si es hostil, cómo puede amarme?»

«Antes pensaba que le costaba hablar. Ahora sé que se mantenía apartado.»

«Antes creía que él trataba de comprenderme tanto como yo trataba de comprenderlo. Ahora sé que ni se le ocurría hacerlo.»

«Antes no podía comprender por qué me trataba mal y después negaba lo que había dicho. Pensé que tenía una personalidad escindida. Ahora sé que no era así.»

«Antes creía que lo que yo pensaba estaba mal. Ahora sé que es porque él aseguraba que todo era al revés de lo que yo pensaba.»

«Antes yo creía que él era una especie de incapacitado para hablar. Yo traía a colación todo tipo de argumentos, pero él no hablaba conmigo. Me esforcé por ser divertida. Ahora veo que él trataba de mantener distancia y controlarme.»

«Antes tenía el extraño temor de que si expresaba una opinión personal él diría que yo estaba equivocada. Sencillamente, él no podía aceptar mis puntos de vista, y yo me sentía confundida y vencida. Ahora sé que lo que él hacía era contradecirme.»

«Antes pensaba que él no sabía que muchas de las cosas que decía me disgustaban, y que tan pronto lo supiera se disculparía. Ahora sé que nunca se disculpaba porque eso habría sido renunciar a su dominio.»

«Antes creía en él cuando decía `Te amo, por lo que no podía darme cuenta cuándo se ponía contra mí.»

«Antes pensaba que si me esforzaba lo suficiente, sería capaz de comprender por qué se enfadaba. Ahora sé que él era irracional, por eso yo no podía entenderlo.»

«Antes creía que todos los hombres piensan distinto que las mujeres, pero que por alguna razón yo era la única mujer en el mundo que no había encontrado la manera de hablar con un hombre sin que se pusiera furioso.»

«Antes pensaba que como estábamos casados, él debía estar de mi lado y tomar en cuenta mis intereses. Ahora me doy cuenta que él pensaba que tenía derecho a controlarme precisamente porque estábamos casados.»

«Antes yo pensaba que él no diría cosas que no fueran ciertas. Ahora sé que no piensa de esa manera.»

«Ahora que todo terminó, me doy cuenta de que me gustaba tanto estar cerca de los árboles y las plantas porque sentía la seguridad de que ellos no me harían daño.»

XV
LA DINAMICA FUNDAMENTAL

Aunque dos relaciones de abuso verbal nunca son exactamente iguales, parecen compartir algunas dinámicas fundamentales. La siguiente exploración de esas dinámicas se inspira en la investigación de Alice Miller sobre los efectos de las experiencias infantiles en la conducta adulta, y en el desarrollo del concepto de la imagen ideal de Karen Horney. Si damos por sentado que tanto el abusador como su pareja crecieron en la Realidad.I, nos enfrentamos a una serie de preguntas. Por ejemplo, ¿por qué la mujer se convierte en víctima? ¿Por qué la mujer apareció en la Realidad II sin tener la autoestima de esa realidad? ¿Y por qué el abusador permaneció en la Realidad I buscando el Poder Sobre y la dominación en lugar de la reciprocidad? Creo que para comenzar a contestar esas preguntas habría que comprender tanto las experiencias infantiles de la mujer como las del abusador.

Empecemos esta exploración con la infancia de la mujer

Las experiencias infantiles de la mujer
En su niñez la mujer típica vivía en la Realidad I; en esa realidad el poder que los adultos tenían sobre los niños estaba mal empleado, con frecuencia debido a la ignorancia y a menudo con la mejor de las intenciones. El dominio y el Poder Sobre prevalecían; por eso predomino también el abuso verbal. En esta realidad, muchos de los sentimientos de las mujeres no podían ser validados ni aceptados. En algunos casos, ellas tenían un padre indiferente, ausente, despreocupado o siempre enfadado. En otros casos, quienes estaban a cargo de las niñas, sus parientes o maestros, eran verbalmente agresivos.

A pesar de todo eso, parece que hubiera habido una circunstancia decisiva que permitió que la mujer accediera a la Realidad II. Esto se debió a que en su niñez tuvo algunos testigos que comprendieron su experiencia, como si hubiera un hilo que la mantuviera conectada al conocimiento de que sufría y de que algo estaba mal. ¿Pero cómo era eso? Para ella, los adultos todopoderosos no estaban equivocados. ¿Cómo podían estarlo? A sus ojos infantiles ellos eran como dioses. Su única alternativa era creer que había algo malo en su propia forma de ser: quizás en su manera de expresarse, de actuar, o posiblemente en sus sentimientos y su experiencia de la realidad en sí misma. En consecuencia, la mujer llegó a la Realidad II sin la autoestima propia de esa Realidad. Sabía que había sufrido. Por eso podía sentir empatía y comprensión por los demás. Buscaba reciprocidad y entendimiento. Sólo que no sabía por qué había sufrido.

Por supuesto, el hombre que decía amarla no se habría enojado con ella, no le habría gritado ni le habría dicho que había algo malo en ella, a menos que hubiera algo malo en su manera de ser o en su forma de actuar. Le resultó fácil creer que había dicho o hecho, inadvertida o inconscientemente, algo que había herido a su compañero tanto como ella misma se sentía herida. Buscó respuestas dentro de su alma y pensó que con seguridad él también lo hacía. Lo último que podría imaginar era que él no podía buscar respuestas porque era incapaz de compartir la realidad de ella. Sabemos que, hasta cierto punto, el abuso verbal puede aparecer también en una niñez de características casi ideales, y que quienes lo han sufrido experimentan después toda clase de dudas e incertidumbre. Esas dudas se acrecientan cuando se tiene una relación con un abusador en la adultez. Cuando por ejemplo la mujer oye decir «Estás tratando de tener la razón» o «Tomas todo equivocadamente», está oyendo repetir en la edad adulta lo que se le dijo en la niñez, pero esta vez sin la presencia de un testigo comprensivo. Esta vez todo sucede a puertas cerradas.

Está claro que cuando no hay testigos de nuestra experiencia ni contamos con la validación de nuestra realidad, tenemos que confiar únicamente en nuestros propios sentimientos y juicios. Esto es difícil para cualquiera y es doblemente difícil para la mujer, porque el abuso por sí mismo disminuye su capacidad de confiar en sus propios sentimientos y juicios y porque ellos están desvalorizados por el abuso.

A la víctima del abuso se le enseña a creer que no debe sentirse herida, aunque lo esté y que, de alguna manera, ella es responsable de lo que le pasa. Ha sido condicionada desde la niñez para no comprender sus sentimientos por lo que tampoco puede reconocer la verdad. Y esa verdad es que está siendo maltratada y culpada de ese maltrato -corno si así pudiera estar justificado- y de sentirse mal por ello, como si sus sentimientos estuvieran equivocados.

La típica integrante femenina de la pareja cree en la negación del abusador; así, por más que busque respuestas, siempre se sentirá frustrada y confundida. Incapaz de alcanzar claridad y comprensión, la mujer experimenta sentimientos de inadecuación y de confusión. Si su compañero no estaba equivocado, si no estaba mintiendo, si es cierto que ella se toma a mal todas las cosas, entonces sólo es posible creer que «hay algo malo en su manera de ser -en cómo se expresa, como actúa-, o en sus sentimientos y su experiencia de la realidad misma». De este modo, las dudas de la niñez surgen una vez más. Entonces ella mantiene su mente abierta a todo lo que pueda oír, a todo lo que le revele qué está mal y la hace sufrir. Así se convierte en la víctima perfecta.

El espíritu de la mujer ha sufrido mucho daño pero ella no conoce el significado de su dolor. Sin embargo, si se atiene a sus sentimientos se conecta con el espíritu de vida en su centro, su fuente de Poder Personal.

El poder de sus sentimientos y el conocimiento de su espíritu le permitirán reconocer el abuso y, al hacerlo, ganar la autoestima de la Realidad II.

Las experiencias infantiles del abusador
Echemos ahora una mirada al origen de la conducta del abusador. El abusador típico también creció en la Realidad I; en esa realidad el Poder Sobre y el dominio prevalecían junto al abuso verbal. También, como le sucedió a la parte femenina de la pareja, muchos de sus sentimientos no fueron validados ni aceptados. Pero contrariamente a lo que pasó con la mujer, él no tuvo un testigo comprensivo de su experiencia. Al no tener un testigo comprensivo, llegó a la conclusión de que nada estaba mal. Si nada estaba mal, sus sentimientos dolorosos no debían existir. Automáticamente dejó de experimentar esos sentimientos dolorosos. Los expulsó de su conciencia, les cerró la puerta e ignoró lo que había sufrido.

Al actuar así, también cerró la puerta a una parte de sí mismo. Se convirtió en un encarnizado adepto de la Realidad I y, así como Hitler moldeó su conducta en base a la de su brutal padre, el abusador moldeó su conducta en base a la de los abusadores de su infancia. Se convirtió en un adepto al abuso verbal.Al no tener conocimiento de sus sentimientos -y de lo que sufrió-, él no pudo experimentar empatía y compasión, por lo que no pudo cruzar el umbral y pasar a la Realidad II, porque esa realidad estaba ahora detrás de la puerta cerrada. La ausencia o la presencia de un testigo solidario en la niñez determina que un niño maltratado se convierta en un déspota que vuelve contra los demás sus reprimidos sentimientos de desamparo o tal vez en un artista que puede revelarnos sus sufrimientos por medio de su obra.

Como el abusador siente que su conducta está justificada y parece no alcanzar a comprender sus efectos, sólo podemos suponer que él está representando sus sentimientos reprimidos y que, por lo tanto, está actuando de manera compulsiva. Los abusadores buscan el Poder Sobre porque se sienten desamparados. Los sentimientos de dolor y desamparo que «no deben existir» y «no deben ser sentidos», en realidad existen; si no son sentidos, son representados.

Hace mucho tiempo, en su niñez, el abusador cerró la puerta a esos sentimientos. No podía hacer otra cosa para sobrevivir. La parte suya que alentaba otros sentimientos quedó viviendo detrás de la puerta cerrada. El niño sensible que permanecía adentro estaba, psicológicamente hablando, encerrado en una tumba de profundo dolor.

Cuanto más tiempo pasa sin que el niño que está adentro sea reconocido, más se encoleriza; en consecuencia, el abusador tiene que mostrar más ira. Alice Miller nos dice: Aunque la mujer trate de explicar a su compañero aquello que la molesta, el abuso continúa. Las apelaciones a la compasión del abusador no son fructíferas porque el abusador no es empático.

Como señala Alice Miller, la existencia de un testigo comprensivo del sufrimiento de un niño es un prerrequisito decisivo para el desarrollo de la empatía en la edad adulta. Sin empatía el abusador no puede ser sensible a la angustia de la mujer.

Él representa sus sentimientos reprimidos haciendo a alguien lo mismo que a él le hicieron en la niñez. Como no puede expresar sus sentimientos, debe representarlos. Eso lo obliga a perpetuar el abuso. Aun así, los sentimientos de dolor y desamparo que alberga desde la niñez nunca se desvanecen. Solamente aumentan, como también lo hace su conducta agresiva.

Sin embargo, cada instancia específica de agresión alivia momentáneamente los escondidos sentimientos de dolor y desamparo del abusador, que entonces son reemplazados por un sentido de Poder Sobre. Su necesidad de mantener a raya el dolor abrumador que «no debe existir» es una fuerza dinámica fundamental que lo obliga a buscar el Poder Sobre, el control, el dominio y la superioridad.

Además del sentimiento de desamparo, muchos abusadores tienen profundamente sepultado un sentimiento de culpa por haberse separado de su madre. Generalmente se reconoce que los pequeños, niño o niña, se identifican en primer lugar con su madre. Pero sólo el niño debe romper completamente con esta identificación para convertirse en un ser de otro sexo. La ruptura de este vínculo puede producir sentimientos de culpa, que se agravan si la relación madre-hijo no es psicológicamente sana. Si estos sentimientos no son resueltos, el hombre puede considerarse superior a lo que rechaza y aprender a desdeñar todo lo que tiene relación con la femineidad. De ese modo él intenta «justificar» la separación de su madre y mitigar su culpa.En general podemos suponer que el abusador rechaza y niega un complejo conjunto de sentimientos. Cuando niega esos sentimientos, se niega a sí mismo. ¿Entonces quién es el abusador? Para los demás, puede ser alguien «realmente difícil de conocer». Para sí mismo es quien él cree que es, una imagen ideal que tiene de sí mismo.Mientras no se permita que el niño interior sea consciente de lo que le sucedió, una parte de su vida emocional permanecerá congelada y su sensibilidad a las humillaciones de la niñez estará consecuentemente embotada. Todas las apelaciones al amor, la solidaridad y la compasión serán inútiles si falta este crucial prerrequisito de simpatía y comprensión. «El sentido que tiene el abusador de sí mismo no está basado en los sentimientos que alienta su ser, sino en una frágil construcción mental desprovista de Poder Personal. El Poder Personal es reconocido como la capacidad de saber, de elegir y de crear desde los cimientos de nuestro ser, es decir, desde la conciencia de nuestros sentimientos verdaderos. Al no tener el Poder Personal, el abusador busca constantemente el Poder Sobre. Necesita sentirse dominante y superior a su pareja. Algunos abusadores anhelan sentir la euforia que les produce el Poder Sobre.